La nueva generación de chicos malos
La detención de Lisandro Contreras en un country en la provincia de Buenos Aires exhibió el perfil de una camada que no proviene de barrios marginales, como Los Monos
Al atardecer, el bar estaba repleto. La brisa fresca de la primavera generaba que los vecinos de esa parte de la zona sur se sentaran en la vereda, mientras el sol comenzaba a descomponerse. La cita era en un lugar cualquiera, elegido sin premeditación, y surgió a último momento. Eso le aportó al encuentro un aire frenético. En la mesa, junto al cordón, había dos hombres con varios teléfonos. Esperaban un llamado. Miraban a cada momento la pantalla de uno de los iphone, y también observaban los movimientos en la calle: quién estacionaba cerca, la moto que paraba en la esquina. El clima era tenso. Porque no sabía con quién iba a hablar. Ni tampoco quiénes eran los que estaban en la mesa.
La incógnita se extendió por unos minutos hasta que dijeron que se trataba de Lisandro, “al que ustedes llaman Limón”, agregaron. Lisandro Contreras estaba prófugo y una semana después fue detenido en un country en Pilar, provincia de Buenos Aires. Había pagado 25.000 dólares de alquiler por adelantado. Preveía quedarse más tiempo en ese lugar que tiene lagunas artificiales donde deambulan los carpinchos.
Unos minutos después una pantalla de los celulares que estaban sobre la mesa se activó. Pusieron el teléfono en altavoz. La conversación duró casi una hora, hasta que se terminó la batería del teléfono. Limón expuso sus argumentos sobre quién había matado a Andrés Bracamonte. En realidad, toda su estrategia apuntó a despegarse de ese asesinato. Más allá del contenido de la charla, lo llamativo era que alguien prófugo -al que este viernes lo van a imputar de ser el jefe de una asociación ilícita- quería dar su versión. Y que su postura, su mirada, trascendiera. La intuición es que algo cambió.
Antes de que lo asesinaran, Bracamonte había querido que se supiera que alguien lo buscaba para matarlo y, quizás con ese objetivo, buscó evitar ese desenlace, aunque parezca rebuscado. Como escribimos en el Modo Avión del jueves pasado, la muerte sigue siendo el factor que ordena el crimen organizado de Rosario pero, en esta etapa, a diferencia de la historia reciente que padeció Rosario, las ejecuciones son en la cima de la pirámide y no en la base. Esto explica en parte la baja de un 64 por ciento de los homicidios en los últimos once meses, según datos del Observatorio de Seguridad Pública.
Las personas que estaban en el bar de la zona sur con los iphone sobre la mesa eran de un sector social distinto al que hegemoniza las cárceles de Santa Fe: jóvenes menores de 30 años que provienen de sectores marginales y familias desmembradas, en su mayoría.
Este rasgo aparece cada tanto en historias que se transan en la oscuridad de la ciudad. El dinero del narcotráfico no se lava en barrio Las Flores, el lugar donde nacieron y se criaron Los Monos. La plata sucia se mezcla en las financieras y se corporiza en fideicomisos de la construcción, en la compra de campos, en inversiones en cripto. La detención de Contreras, que estaba escondido en el country San Sebastián, exhibió cómo se mueven estos nuevos personajes. Difieren de los perfiles de sus antecesores en la geografía criminal, como Los Monos, nacidos y criados en la periferia marginal de la que nunca quisieron salir, porque ese contexto generaba lealtades sólidas y de alguna manera también les daba protección.
Limón, como lo llama la policía, se movía en un auto que era propiedad del empresario Leandro Camani, dueño de la empresa Secutrans, que maneja 1.500 cámaras en una decena de municipios bonaerenses, pero que tiene intereses repartidos en el mundo de la noche, la farándula y los medios de comunicación.
A “Licha” lo buscaban desde hacía tiempo. Era llamativa la manera en la que se escabullía. Hace un mes y medio, efectivos de la Tropa de Operaciones Especiales llegaron hasta una casa en Granadero Baigorria, donde supuestamente se escondía, y encontraron el lugar vacío. La comida estaba caliente y el aire acondicionado encendido, lo cual hacía sospechar que alguien le había pasado la información minutos antes de que lo fueran a buscar. Esas complicidades se pagan caras.
Contreras tiene 33 años y desde hace tiempo está vinculado al negocio criminal. Hasta ahora era, llamativamente, una especie de fantasma. Eso demuestra cierta habilidad para evitar aparecer enredado en investigaciones judiciales. Su nombre tomó relevancia después del crimen de Andrés Bracamonte, el 9 de noviembre pasado, cuando fue ejecutado de cinco balazos junto con su lugarteniente en la barra, Ricardo Attardo.
Hasta ese momento Contreras era un desconocido, incluido para los fiscales e investigadores policiales. El que sí aparecía como frontman de este grupo era Matías Gazzani, prófugo desde marzo pasado, que sería cercano a “Licha”. No está claro aún quién sería el líder de este sector criminal, que se lo asocia también a la banda Los Menores, oriunda del barrio 7 de Setiembre, en el noroeste de Rosario. Allegados a Contreras señalaron que esa banda no tiene ninguna relación estable con estos dos narcos. Indicaron que se los contrata para determinados “trabajos” en el universo mafioso de Rosario.
En esta trama también aparece otro protagonista, que está ligado a la estructura policial. Porque, de acuerdo a la investigación, Contreras tenía como chofer y hombre de su confianza al suboficial Jonatan Garraza. Este agente era muy cercano a Contreras y es probable, según los investigadores, que la aportara información calificada.
Gazzani y Conteras aparecen en el radar de la justicia, en parte, gracias al propio Bracamonte, quien cuando este periodista le preguntó quién o quiénes querían matarlo, el exjefe de la barra de Rosario Central aseguró sin dudar que se trataba de “Gazzani y Los Menores”. Ellos, de acuerdo a la mirada de Pillín, habían atentado contra él en agosto pasado en el parque Alem, a dos cuadras del estadio Gigante de Arroyito, después del clásico entre Rosario Central y Newell’s. Ese día a Bracamonte le dispararon 12 tiros. Tres lo hirieron en el hombro y la espalda.
El 1º de octubre ocurrió el asesinato de Samuel Medina, alias Gordo Samu, yerno del líder de Los Monos, Máximo Guille Cantero. Lo ejecutaron en la zona norte, en una colectora de la autopista Rosario-Santa Fe, después del partido que Rosario Central jugó contra Vélez.
El entorno de Contreras argumentó que ese sector de Los Monos pretendía correr a Bracamonte de la conducción de la barra, que posee una constelación de otros negocios. Y que ese crimen lo planeó Bracamonte. El 23 de octubre, en una segunda charla con el entonces jefe de la barra, dijo que un sector de Los Monos le había pedido permiso para hacer un homenaje al fallecido Gordo Samu en la cancha. Pillín tenía los nudillos lastimados de la mano derecha. Contó que había golpeado a jóvenes ligados a Los Monos porque se habían extralimitado al arrojar bombas en el partido, que estuvo suspendido por unos minutos. “Tuve que aplicar unos correctivos”, apuntó en ese momento.
Otras fuentes advirtieron que en realidad este sector de Los Monos intentó copar la tribuna y desplazar a la gente de Bracamonte. Él tenía prohibida la entrada a la cancha. El doble crimen de Pillín y Attardo, según explicaron allegados a Contreras, se produjo en el marco de esa tensión con los Cantero.
En el terreno judicial nada aún está claro. Este crimen sirve para ver la reconfiguración del crimen organizado en Rosario. Leopoldo Martínez, quien pretendió quedar al frente de la barra tras la muerte de Bracamonte, fue detenido en su casa de Villa Manuelita, en la zona sur de Rosario. “Pitito” está sospechado de hacer desaparecer los teléfonos de Attardo y Bracamonte después que los mataran. Su casa fue baleada el 30 de noviembre pasado con munición 5.56 mm. Se presume que se usó un fusil AR-15 de origen norteamericano.
Pitito había sido detenido en julio pasado junto con Carlos Suárez. Quedó libre a las pocas horas, pero su “amigo” no. Suárez fue imputado por un cargamento de 464 kilos de cocaína que fue secuestrado el 1° de julio en la ruta 11, cerca de San Justo. Según se desprende de la investigación de PROCUNAR, esa droga era de Fabián Pelozo, un narco rosarino que está preso en el penal de Ezeiza y es quien, de acuerdo a la mirada de los fiscales, asomaba para transformarse en el líder del primer cartel internacional con sello local. El socio de Pelozo es Jorge Adalid Granier, un boliviano que también está preso en Ezeiza, y que es quien maneja la logística de los vuelos “blancos” desde Bolivia a Paraguay y Argentina.
Pelozo apareció en los radares en 2020, cuando en Salta se lo investigó por manejar 400 kilos de cocaína y en esa historia la principal protagonista era Adelaida Castillo, una ex peluquera de Salvador Mazza devenida en narco. Estaba ligada al poderoso clan Loza. Pelozo en ese momento cumplía un rol secundario. No era el dueño de la droga, sino que hacía gestiones de logística y ponía el lugar para acopiar la cocaína en Ibarlucea, a 15 kilómetros de Rosario. Se presume que en esas maniobras conoció a quien es hoy su compañero de pabellón y, algunas sospechan, su socio, el narco boliviano Granier, conectado con el grupo brasileño Primer Comando Capital y quien –según la DEA, señala el expediente- proveía de cocaína al jefe narco rosarino Esteban Alvarado.
Muchas gracias Fernando!
Excelente nota. Útil para entender el complejo mundo del narcotráfico local e incluso internacional.