Modo Avión | La maldad
Otra entrega de este newsletter en el que escribimos con turbulencias, sin traicionar.
Este Modo Avión va a incluir turbulencias, pero el que avisa no aparenta ser traidor. Vivimos tiempos ajetreados, confusos, rabiosos, como nunca imaginamos. Una época de ruptura no solo política, sino también humana. Algo que excede y es más profundo que lo social.
Javier Milei es quien encaja casi a la perfección en el momento histórico. El problema lo padecemos aquellos, entre los que me incluyo y sumo a mis colegas de Iceberg, que nos sentimos incómodos con el presente. En mi caso, no es por una melancolía con el pasado reciente, con las dos décadas kirchneristas, con el macrismo o con el final de ciclo de Alberto Fernández, que colaboraron en forjar de alguna manera este experimento político.
El problema es mayor, excede lo partidario o las cercanías ideológicas, y es, como señala el historiador Carlo Ginzburg, “un fenómeno global en el que aún no se distinguen las preguntas de las respuestas”.
Tiene que ver con la construcción de la maldad como si fuera un commodity, en un momento en el que se rompieron límites que tienen que ver con la mirada humana. Desde el poder se ensaya el daño. No basta la réplica o la crítica, sino la destrucción. Como ocurrió con Ian Moche, el chico de 12 años que padece autismo, al que Milei intentó convertir en “kuka” por las redes sociales. En Rosario, donde todo tiene distinto peso, el candidato libertario Juan Pedro Aleart dijo que el hospital Garrahan estaba repleto de “ñoquis”, en momentos en que los médicos residentes protestan por mejores sueldos.
El periodismo hoy deambula por esos territorios ambivalentes, en el que las redes sociales son el combustible del desenfreno. Por un lado, es víctima y, a su vez, victimario. El poder, ya no el gobierno, no tolera el mínimo disenso y descerraja la maquinaria de la cancelación, en este caso, libertaria.
Ricardo Darín pasó de ser prócer, después del estreno de El Eternauta, a un estúpido que compra las empanadas más caras del país. El actor nunca se puso en discusión, lo que generó el malestar de la prole libertaria fue una frase simple y concisa: “Hay mucha gente que la está pasando mal”. La maquinaria destructiva apartó esa idea y se focalizó en las empanadas. En el canal La Nación+ la mayoría de los conductores aparecieron degustando empanadas más baratas. Ese era el meme periodístico.
El mismo día, Cristina Kirchner tildó de “pelotudos” a los periodistas que cuestionaban que el blanqueo de los dólares del colchón iba a favorecer a los narcos. Escribí una extensa nota en La Nación en la que se advertía que la falta de controles, como por ejemplo en la compra de autos de alta gama, iba a favorecer a los narcos. Los jefes criminales de Rosario, que dejaron ríos de sangre, están lejos de ser los narcos de Netflix, al estilo Chapo Guzmán o Pablo Escobar. Esteban Alvarado financió su negocio narco después de acumular dinero con el robo de autos en la zona norte de Buenos Aires. Le llevó más de una década hacer su primer millón de dólares. Lo mismo pasó con Los Monos. Los narcos de Rosario nacieron en la marginalidad suburbana y muchos de ellos prefirieron no salir nunca de allí, por las lealtades territoriales. El lavado -o, mejor dicho, la circulación del dinero- es mucho más artesanal de lo que muestran las plataformas digitales.
Hay otras maldades que no aparecen en X ni en Instagram, que son más silenciosas, que ya contaremos en profundidad en Iceberg. Tienen que ver con pibes de Rosario entre 10 y 14 años que ya mataron a cinco personas en situación de calle, sin motivo. Por rabia, por odio. Esta historia preocupa y desconcierta, sobre todo a los referentes del Estado, que siempre corren detrás, más allá de los resultados. ¿Tiene que ver la maldad en los medios y la opinión pública con esta otra, mucho más despiadada? Nadie sabe por ahora si los contextos generan estas situaciones. El peligro es que se naturalice esa forma de mirar, sin un gramo de humanidad.