Urnas y calles: el repliegue de lo público
Para el cura Belay, hay una retirada de los rosarinos de los espacios de participación democrática. El fenómeno asoma también en la menor asistencia en las últimas elecciones. ¿Sálvese quien pueda?
1. “Rosario tiene un problema cultural que no se da en otros lugares. Está debilitada la participación ciudadana en los espacios democráticos y eso implica una gran crisis”, dice el cura Fabián Belay. Como titular de la Pastoral de Drogadependencia de la Iglesia católica local, hace 15 años que trabaja en los barrios más pobres y observa una crisis anunciada. Creció el consumo de drogas, el poder de daño de las nuevas sustancias, la violencia asociada y se afianza una tercera generación de adictos. Pero ve algo más, un fenómeno ligado a la pérdida de los lazos sociales. Belay habla de un repliegue de lo comunitario en clubes, vecinales y cooperadoras. Un abandono de lo público. Algo difícil de medir con datos duros salvo por una herramienta: las urnas. Las últimas elecciones evidenciaron un nuevo descenso de la asistencia en Rosario. Las personas van menos a votar, sobre todo en los barrios de la periferia, donde la concurrencia perforó el piso del 50%.
Belay va un poco más allá. Plantea que esa retirada, “fue muchas veces favorecida por el mismo Estado”. Es, quizás, el aspecto más debatible de su mirada, aunque una contradicción comparable emergió también en las últimas urbanizaciones en villas. La propia Municipalidad encaró ese plan para abrir calles, generar integración sociourbana y, al mismo tiempo, tuvo que cerrar pasillos con portones a pedido de los vecinos por la inseguridad.
¿No es eso, las salidas individuales por sobre lo colectivo, un fenómeno global? ¿Un debate al que aportó el redescubrimiento del “nadie se salva solo” de El Eternauta para contrarrestar a la economía libertaria del “sálvese quien pueda”? “Sí”, responde Belay, pero asegura que en Rosario desarrolló otras particularidades que lo agravaron: “El Estado reemplazó a los espacios de ciudadanía con lugares oficiales, no fortaleciendo la participación, sino neutralizándola”.
–¿Por ejemplo?
–Muchos clubes de los barrios hoy no tienen comisión. Que la gente se comprometa en una comisión es difícil. Vos armaste en todos lados playones o polideportivos que no tienen ningún tipo de identidad. No tenés vecinales o no tenés gente que se comprometa en las vecinales. Pusiste centros de distrito, edificios que hoy no están sirviendo porque la realidad es que con la digitalización se perdió su rol, pero también retrocedió el lugar de encuentro.
–¿Descentralizar al Estado, que fue presentado en su momento como algo virtuoso, con el tiempo está generando un efecto de vaciar las instituciones de los barrios?
–Todo eso fue hecho sin la comunidad. No digo con mala intención pero sí con una lógica de un Estado que tenía que ser la respuesta, sin fortalecer las instituciones intermedias. No se trabajó con la sociedad civil o con una red de compromiso comunitario. Entonces, hoy no tenés muchos clubes fuertes, ni vecinales. Se limitó la participación en las cooperadoras de las escuelas. Es una ciudadanía que perdió el ejercicio y esto pasa en el barrio pobre, en la clase media y también en los sectores altos. ¿Cuántas fundaciones hay en este momento que estén pensando cómo fortalecer una red que saque a Rosario adelante?
–¿Ese proceso no se esté dando en todo el país por igual?
–El individualismo es un fenómeno cultural en todo el mundo pero la profundidad que tiene acá no se da en Córdoba, por ejemplo. No lo tiene la ciudad de Buenos Aires, tampoco el conurbano. Es decir, el nivel de la desintegración local no se da en otras ciudades similares.
–¿Podés bajar esa descripción a casos concretos?
–Lo veo en clubes que en este momento están cerrados o están tomados o los han convertido en cocheras. Es bueno ir a la historia de Rosario. Me crié en barrio Tablada y vi cómo ese proceso se fue dando desde los 90’. ¿Cuántas mutuales tienen participación ciudadana en sus comisiones? ¿Cuántos consorcios de edificios logran conformarse para sostenerse? Hay un proceso, una desintegración de lo comunitario, de la idiosincrasia rosarina. Hemos perdido tanto esta cultura de ser pueblo, de ser aldea, que de hecho hoy el rosarino está pensando en cómo escapar de la ciudad, no en cómo quedarse. El censo nacional que se hizo en 2022 señala que Funes y Roldán crecieron hasta 120% en 12 años y Rosario, un 8% (nota: ver más sobre la expansión del Área Metropolitana en este informe). Vas a ver en casi todas las manzanas de la ciudad una casa en venta. Entonces, hay una desintegración de la identidad, de lo comunitario, del compromiso por el otro, pero también del sentido de pertenencia.
2. Una estadística clara y reciente dialoga con lo que plantea Belay. En las Primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (Paso) del pasado 13 de abril en Rosario, la asistencia fue del 53,60% del padrón. El dato del escrutinio definitivo implica que la respuesta democrática en las urnas de la ciudad bajó 15 puntos en una década. Representa a unos 110 mil rosarinos que no salieron de sus casas, comparado con un domingo de elecciones de 2015.
Unir los puntos de ese dato en el tiempo dibuja una línea que nunca para de caer, tanto en comicios para cargos ejecutivos como de medio término. Más que un derrumbe, es un lento declive. En 2015, votó el 69,6% del total. Se mantuvo en 2017 y bajó a 65,7% en 2019. Esa caída de cuatro puntos, sumó otros cinco dos años después: 60,2% en 2021. Retrocedió otro poco, hasta 57,1% en 2023, y el piso fueron los 436.865 votantes de 2025.
Todo promedio esconde una trampa: la participación del 53,6% incluye realidades distintas. En las seccionales del centro, la asistencia fue de entre 58% y 59% mientras que en algunos barrios ese índice cayó a los 50 puntos (una brecha de 10% entre los extremos).
En los distritos 12 (Ludueña), 13 (Bella Vista y Villa Banana) y 19 (Triángulo y Godoy) votó menos de la mitad de los habilitados (49%, 49,8% y 49,3% respectivamente). Ganó la apatía o el encierro, sobre todo en la periferia.
3. Primero fueron las rejas: en las casas, en los negocios, en las escuelas y hasta en las iglesias. También los carteles que avisaban de perros feroces y letales. Al final llegaron las cámaras de seguridad y las alarmas con monitoreo. Mientras la clase media construyó sus refugios particulares, los más ricos y aspiracionales hicieron las valijas. Dejaron atrás las amenazas de la urbe y se fugaron hacia la utopía del barrio cerrado.
La reja dejó de ser un accesorio, un injerto en una vivienda, para transformarse en un muro sofisticado, un perímetro infranqueable. Esa fantasía de la seguridad plena quedó mal herida con homicidios que sacudieron al país a comienzos del siglo (María Marta García Belsunce y Nora Dalmasso, por ejemplo).
Los vidrios cortados en punta arriba de un tapial, los alambres de púa y los muros vip metropolitanos señalan que el otro, más que la patria, se parece a un enemigo. Y que la respuesta extendida estos años fue replegarse de la escena pública por la inseguridad. Una defensa lógica ante una amenaza real, la materialidad de un fracaso de décadas.
Evadirse de los peligros de la ciudad es una necesidad que reclaman todos. En medio de las urbanizaciones para abrir calles de barrios populares, la propia Municipalidad se encargó de tabicar pasajes que eran compartidos.
En una recorrida oficial por Villa Banana, para mostrar el plan que busca “la integración física y social de las familias”, los funcionarios del área de Vivienda y Hábitat defendieron la construcción de 30 portones, que se extienden por decenas también en Villa Moreno o en Cordón Ayacucho. Son, dijeron, algo similar a un consorcio que restringe un pasillo en el centro de la ciudad o en un barrio residencial. La llave y el control de esos pórticos quedan solo para quienes viven ahí. Fragmentar los espacios. Democratizar las arquitecturas del miedo.
El invitado especial de esa jornada en la zona oeste fue el exalcalde de Medellín, Sergio Fajardo, quien gobernó la ciudad más violenta de Colombia y del continente. Lo hizo entre 2004 y 2007, años posteriores al capo narco Pablo Escobar Gaviria. Fajardo marcó una diferencia entre lo que vio en Banana y sus políticas: “Cuando ha habido tanta violencia, pues cada quien está en su espacio, atrapado. El miedo nos encierra y la circulación es reducida. Lo que nosotros teníamos que hacer era construir nuevos lugares de reunión”.
Quizás sea más difícil y costoso de implementar pero Fajardo señaló otro horizonte para la ciudad: “Nos tenemos que volver a encontrar para reconstruir el tejido social. Se tiene que volver a ver la gente". Lo dice Belay: “En Rosario retrocedió el lugar de encuentro”.
4.El sacerdote que dirige la comunidad religiosa Padre Misericordioso camina por el Hogar Buen Pastor, un viejo edificio de Gálvez y Laprida que fue creado en 1896 como una cárcel para mujeres. Algunos de los espacios de contención y cuidado para personas con consumo problemático y en situación de calle funcionan en esa manzana. También administra centros para niños y niñas en riesgo en siete barrios vulnerables.
Después de una hora y media de entrevista y recorrida por ese antiguo templo, Belay tiene que ir a la capilla que está a la vuelta, sobre Laprida, para cerrar la jornada de encuentro de las infancias. Camina por el interior, atraviesa pasillos de baldosas gastadas y arcadas altas. Pasa por un patio hermoso y otro que tiene una fuente de agua reconstruida. Sobresalen las venecitas de colores y un piso en damero blanco y negro, clásico, alrededor. Se mete en la capilla que está repleta de chicos y chicas. Toma el micrófono y les pide que piensen a quiénes le van a dar la bendición de este día: ¿a su mamá, a su papá, a un hermanito? Levantan las manos.
–Ahora vamos a darnos el saludo de paz –dice.
Todo indica que se viene una ceremonia densa, con hostias y ese tipo de cosas. Pero entre los bancos de madera se desata un micro caos. Los pibes rompen filas, unos se abrazan, dos chicas se dan un beso, otros se ríen, uno con cara de travieso se escapa agachado, otro un poco aislado hace un esfuerzo por sumarse a los saludos del encuentro colectivo. Se nota que quieren ser parte.